domingo, 15 de septiembre de 2013

Cómo

I

El problema es redoblar la apuesta. Cada vez que se pueda, vislumbrar algo allí donde apenas acaba de doblar la esquina.
Poder  retenerlo no en el instante en que se marcha, sino en su representación, en su recuerdo.
El problema siempre consiste en atravesar de algún modo el horizonte, y encontrarnos de espalda frente a ello.
Escribir es un modo de hallar objetos perdidos. Estallando la sorpresa cuando nos enteramos de haber tenido aquello que no era nuestro, y devolverlo discretamente con palabras.
Escribir es un modo de allanar distancias, de mezclar los tiempos, de adunar restos y esperas, sobras y asombros, despojos y esperanzas.
Unir los nombres a los verbos. Descubrir los nombres de los verbos, y descubrir los verbos de los nombres. Porque todo es acción, ya que todo está en el tiempo. De modo que la distinción, la lejanía, la separación entre unos y otros, supone un profundo desgarramiento.
Escribir es encontrar la urdimbre, tejer el hilván que recupere las costuras de ese tránsito deshecho. Abstraído por las sombras de deberes infinitos, de infinita paciencia o de infinita claridad, en donde nos han retirado a estar solos.
Estar solos es estar sin verbos.
Y cómo referirnos a esta falta, sin hallar el cuerpo. Nuestro cuerpo que es más huella que presencia, que es presencia de las huellas, y que atrapa signos en su red nerviosa. Un diario del cuerpo no podría ostentar un yo, un centro de reverberaciones, un lugar por antonomasia, una sede única y radiante. Un texto es un texto en movimiento. Y el cuerpo lo persigue y lo acompaña, por lo que también se mueve en la escritura. Se mueve porque avanza el día, porque avanza la noche, porque cambia el paisaje, el clima, el orden, las palabras. Se escribe un diario, en todo caso, para fingir un yo, para pergeñarlo secretamente por la deducción de la constancia. De allí que el diario imponga regularidades. Pero precisamente las regularidades nos permiten sospechar de la existencia de un poderoso artificio de continuidad.
Cuántas palabras no se leen de tan obvias, o de tan precisas, o de tan formales, o de tan constantes.
Toca redoblar la apuesta, cuando aún no sabemos el tipo, el modo, ni el nombre del juego. Toca redoblarla siempre, para hacer notar la diferencia. Para que la huella que es el cuerpo que es el texto sobre el fondo de la hoja, sea finalmente vista, leída, escuchada, incorporada, en la huella que es el texto, que es el cuerpo sobre el fondo de la nada.
Esa nada que es la hoja sin texto, el cuerpo sin huella, la voz sin tránsito. El centro sin bordes que lo acerquen al encuentro.

Raúl Ceruti - 16 de septiembre de 2013.

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